El pedagogo Freire (1980.134) sostiene: que “el
diálogo, es el encuentro de los hombres, mediatizado por el mundo, para
pronunciarlo no agotándose, por lo tanto es la mera relación yo-tú” .En la
misma línea, Martínez (2013:82), plantea que el diálogo es “una condición
indispensable para una visión más plena
de la realidad y su uso establece un acercamiento a la vida, lo que hace mucho
más comprensible el proceso de adquirir conocimiento y de hacer ciencia.”
Evidentemente, la acción comunicacional permite
una relación entre las partes involucradas en el proceso educativo con empatía,
responsabilidad y acuerdos. Mediante el diálogo se le da oportunidad al otro de
liberar sus ideas. Si se aplica este principio a la función directiva, se
pueden obtener resultados satisfactorios en el sentido de atender las necesidades
de los docentes, pues con un esfuerzo compartido se logran objetivos comunes.
Por otro lado Ibáñez (2010:231)
postula que la teoría dialógica niega tanto el autoritarismo como el
desenfreno, y al hacerlo reafirma tanto la autoridad como la libertad. La
propuesta de Freire, en el ámbito de los procesos educativos, ha impactado en
la sociedad actual, en el sentido de plantear una filosofía critica,
transformadora, consustanciada con el acervo cultural e histórico de la
comunidad, aun cuando se mantienen las políticas de estado ,como líneas
orientadoras en los procesos pedagógicos, que
necesitan del diálogo, para la búsqueda de mejorar la calidad educativa,
asimismo, promueven la libertad de pensamientos originales, liberación de
ideas, tanto del educador como educando, en una sociedad libre y protagónica.
Por tal razón, es desesperante
percibir una pedagogía antidialógica en los procesos de supervisión, pues
fractura esa relación amable de los actores educativos. Pero en cambio si se
abordan métodos activos-comunicativos
que hagan participativo y
consciente al docente, mediante técnicas
de discusión en contextos desafiantes, esto contribuiría a corregir los errores de
la educación acrítica.
Según, Freire (1973:46), la
corriente dialógica, “tiene dos
dimensiones: acción y reflexión y su dirección a la praxis, que es la palabra.”
En respuesta al proceso de ideologización por medio del cual las clases
dominantes manipulan la conciencia de los oprimidos, los obligan a interiorizar
sus valores, les inculcan un sentimiento de inferioridad e impotencia,
favorecen el aislamiento y las posiciones artificiales entre cada grupo de
oprimidos.
La propuesta de Freire distingue en este
caso tres características que son fundamentales para el análisis que se realiza:
1. Colaboración, los sujetos se vuelven sobre la realidad que
problematizan los desafíos, transformándolos para la liberación.
2. El esfuerzo de unión, se
dan contradicciones antagónicas.
3. Síntesis cultural, producciones sistematizadoras y deliberadoras, que inciden en la estructura
social del aprendizaje.
4. Organización, lenguaje y
acción de los sujetos, Todos deben estar fortalecidos con el diálogo.
La perspectiva comunicativa
de Freire supone una transformación del contexto, colocando en el centro de la
supervisión el tema del diálogo, otorgándole al docente el derecho de
desempeñarse según sus propias opciones, por ello, la supervisión debe tener
como primer objetivo la diversidad o igualdad de las diferencias, el cual
supone que todos los docentes, tienen derecho a ejercer una enseñanza de
acuerdo a sus convicciones, siempre y cuando se rija por las normas
establecidas por los entes educativos.
Esto se contrapone a la
concepción homogeneizadora que trata de imponer a todos un mismo modelo de
enseñanza, lo cual asegura la alienación de algunos educandos con diferentes
ritmos y estilos de aprendizaje, contradiciendo lo expuesto por el sistema
educativo bolivariano donde se expresa el derecho de todos (as) a una educación
igualitaria.
De esa manera, la
supervisión dialógica se centra en el docente como un ser consciente, capaz de
comprender, crítico, autónomo, libre, trascendente, transformador, que crea y
recrea, conoce, está abierto a la realidad, por tanto, implica una relación
democrática donde el diálogo hace parte de un proceso de argumentación,
exigiendo un compromiso, el cual trasciende intereses estrictamente vitales e
implica responsabilidad socio política.
En ese sentido, el diálogo
de saberes se sitúa históricamente en el marco de una comprensión crítica de la
realidad, necesaria para la acción reflexiva. Desde esa perspectiva, es una
supervisión que se fundamenta en el respeto por el otro y en la práctica de las
relaciones horizontales, nutriéndose de amor, humildad, confianza en éste,
donde supervisor y docente se hacen críticos en la búsqueda de algo, creando
una relación de simpatía, donde cada uno llega a ser él mismo cuando el otro lo
hace.
Pero el otro solamente
puede llegar a ser él mismo en un ambiente que promueva el desarrollo de la
autonomía, responsabilidad, esto es, en un ambiente de libertad que le permita
optar sin coacciones. El supervisor debe entonces liberarse de su papel
coactivo y pensar su relación con un
sujeto libre, la cual da sentido a su propia vida, los conocimientos recibidos
del exterior (los resignifica, los construye), de esta manera actúa en
consecuencia con su visión, sus intereses, su posición.
El diálogo es entonces, un
proceso comunicativo mediante el cual los participantes tienen una clara
intención de comprenderse mutuamente. Esta comprensión implica el
reconocimiento del otro como alguien diferente, con conocimientos y posiciones
distintas, sin que por esto se detenga la comunicación. Pero, el diálogo no
excluye el contenido, señala Freire, pues no se trata de desconocer la
importancia de la información, sino de redimensionar su papel en la
supervisión, sin embargo, la imposibilidad para comprender otras lógicas lo
hacen imposible.
Freire en su Pedagogía del
oprimido nos recuerda que el oprimido (docente) reproduce dentro de sí la
imagen y los valores del opresor (supervisor); quien sufre las consecuencias de
la colonización de la mente. Pues, no
sólo tiene cadenas para perder, sino también tiene para perder la conformidad y
el fatalismo compañeros de la dependencia.
En ese sentido, el
dominante (supervisor) necesita inculcar al dominado (docente) una actitud
negativa hacia su propia cultura pedagógica. Los primeros favorecen en los
últimos el rechazo de la propia praxis, generándoles la falsa comprensión de
ésta como algo desagradable e inferior (...) esta realidad, en muchos momentos, puede llevar al docente a
una situación de apatía, en la cual pierde la visión de un mañana en el cual no
cree.
Un concepto de supervisión que
merece destacarse es el expresado por Nerici (1992) quien señala que la supervisión
escolar debe entenderse como orientación profesional y asistencia dadas a
personas competentes en materia de educación, cuando y donde sean necesarias,
tendientes al perfeccionamiento de la situación total de enseñanza. El acto de
supervisar, posee un vínculo muy importante
en el trabajo escolar de un país, proporcionando prestigio aquellos
funcionarios que ejercen funciones directivas apegadas a las normativas, ya
que facilitan los mecanismos legales para la toma de decisiones en la resolución de conflictos.
Según López (2013: 205) “La
supervisión escolar, es una de las funciones de la educación sistemática y como
tal constituye un proceso orgánico y continuo a lo largo del cual se van
utilizando adecuadamente los recursos y materiales para alcanzar en forma
eficiente los objetivos educativos”.
_______________________________________
Freire, P. (1973) Pedagogía del oprimido. México: Siglo XXI.
Freire, P. (1980) La educación como práctica de la libertad. México: Siglo XXI
Ibañez; M. (2010) La pedagogía dialógica de Mijail Bajtin. Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral
López (2013) Manual del supervisor, director y docente. Caracas; Monfor
Martínez, M. (2010) Ciencia y arte en la metodología cualitativa. México: Trillas
Nerici, I. (1992) Introducción a la supervisión escolar. Buenos Aires: Kapesluz
No hay comentarios:
Publicar un comentario